El 24 de enero se celebra el Día Internacional de la Educación. En esta fecha es importante recordar que una educación de calidad es la base para mejorar la vida de las personas y su desarrollo. Por eso es imprescindible garantizar su acceso, especialmente en el caso de los niños y niñas que huyen de la violencia.

 La protagonista de este cuento es una niña de 10 años, feliz, querida y cuidada por su familia. Sabe que no es rica, aunque no le falta de nada. Su padre y su madre la adoran, y sus hermanos también la quieren, sobre todo el pequeño. La niña va cada día ilusionada y contenta al colegio porque allí están sus amigos. Le gusta estar en clase, le gusta aprender, y aunque la asignatura de lengua le cuesta un poco más que las otras, al final, gracias a su esfuerzo, acaba aprobándola. ¿Ya tienen la imagen de nuestra protagonista en la cabeza? Bien. Pues ahora la historia da un giro inesperado y esa feliz vida se interrumpe, de golpe, por una guerra. Una guerra que en pocos días destruye esa apacible existencia. Y la niña feliz desaparece. Ahora está asustada, lo ha perdido todo, hasta su familia, y escapa de un conflicto que apenas entiende ni quiere entender.

Este pequeño cuento de terror pasa cada día en la vida real. Cada día. Con matices, claro. La niña puede ser un niño o la crían sus abuelos o sí se preocupa por el dinero porque no tiene recursos económicos o mil pequeños detalles que no deben alejarnos de la idea principal: ha tenido que huir por culpa de la violencia. Si no ha huido por una guerra, lo ha hecho porque las “maras” han amenazado a su familia, porque un grupo terrorista ha atacado su comunidad o porque forma parte de una minoría discriminada en el país en el que vive. O por mil motivos más. La violencia tiene muchas caras.

Huir de la violencia quiere decir dejarlo todo. No solo tu casa, tu barrio, tu comunidad. También dejas la escuela, con lo que eso supone para tu futuro. Poder ir a la escuela puede parecer algo secundario cuando has tenido que huir porque no te ha quedado otro remedio. De hecho, y por desgracia, muchos gobiernos lo ven así. Pero no es algo secundario. No lo es porque, para muchos niños y niñas, la escuela es un espacio seguro en el que pueden relacionarse, aprender, explicar sus preocupaciones y asentar las bases de su futuro. Si no van a la escuela, están expuestos a sufrir más violencia de la que ya han sufrido. Pueden convertirse en víctimas de una doble violencia, la que ya han vivido y la que les acecha, porque corren el riesgo de ser víctimas de violencia sexual, violencia de género, matrimonio infantil, embarazos no deseados, trata, trabajo infantil o de convertirse en niños soldado, entre otros.

Según Naciones Unidas, la mitad de los niños y niñas del mundo que no están escolarizados viven en contextos afectados por crisis y violencia y casi la mitad de los refugiados que podrían ir a primaria no pueden hacerlo. Dos datos que nos muestran la magnitud del problema.

 

Por eso hoy, Día Internacional de la Educación, hay que celebrar todo lo positivo que nos brinda la educación, por supuesto, pero también es el momento de reivindicar el derecho a tener una educación de calidad. Y, especialmente, cuando hablamos de niños y niñas que han tenido que dejar sus hogares por un contexto de violencia. Lo dice la Convención sobre los Derechos del Niño. Lo recoge la Agenda 2030. No podemos negarles este derecho ni convertir su generación en una generación perdida, encerrada en un círculo de pobreza y exclusión. Su acceso a la educación es el primer paso, un factor clave para que puedan rehacer sus vidas. Porque en la escuela no solo se aprende a leer y escribir. También se aprende a gestionar emociones, a afrontar el conflicto traumático que han vivido. En Educo lo vemos cada día con nuestros propios ojos en Malí, Burkina Faso, El Salvador, Bangladesh… Vemos cómo sus miedos se quedan fuera del aula y el espacio que dejan esos miedos lo ocupan las nuevas amistades, los juegos entre compañeros y los aprendizajes. Ahí vuelve a nacer la esperanza. Por eso, tenemos que trabajar todos juntos – gobiernos, entidades, organizaciones – para reintegrar a estos niños y niñas en la escuela. Porque garantizar el derecho a la educación es una de las claves para conseguir, algún día, que el cuento de terror tenga un final feliz.

 

José M. Faura

Director general de Educo